No sé qué impresión se os ha quedado
después de visitar Berlín. La mía es la de haber estado en una
ciudad maravillosa, que ha sabido rebrotar de entre sus ruinas y su
terrible pasado, y que ahora late, sin muros y sin tanques, llena de
cultura, de parques, de jóvenes en bicicleta, de grafitis de
colores, de paz y de tolerancia. Esto solo se podía lograr no negando lo que paso, sino haciendo de todas esas terribles ruinas y
recuerdos una escuela permanente. Creo que a ninguno se nos va a
olvidar la visita al campo de concentración de Sachsenhausen. Pero
tampoco el ver pasearse por allí a los alumnos de instituto de los alrededores. Esa es la mejor garantía de que
todo lo que allí ocurrió nunca vuelva a repetirse. En el álbum de
fotos (que podéis abrir pulsando AQUÍ)
podréis ver dos fotos de
épocas muy distintas, pero que se hicieron en el mismo lugar; en una
aparece Hitler en la tribuna del Reichstag (el Parlamento alemán), y
en la otra aparecemos nosotros, sentados en ese mismo parlamento, frente a esa misma tribuna, bajo una cúpula de cristal que sustituyó a la que destrozaron las bombas y que es toda
una muestra de lo que puede hacer el hombre cuando está inspirado
por la razón y no por el fanatismo. Esta ha sido, para mi, una de
las mejores lecciones del viaje. La otra es que da gusto estar con vosotros. Habéis soportado con una paciencia exquisita una caminata tras otra y, pese al cansancio, no habéis dejado ni un solo día de querer ver, oír, preguntar y meter las narices en todo. Con personas así se pueden reconstruir uno y mil berlines.
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